No estoy quieto por que no puedo+

Dar la oportunidad a un alumno de que nos explique qué le pasa ahorraría cantidad de hiperactividad en las aulas, cantidad de estrés en los equipos docentes, cantidad de sufrimiento en las familias y, por qué no decirlo, cantidad de ahorro a la Seguridad Social en medicación.

Es algo que con mis casi cincuenta años de experiencia tratando con todo tipo de alumnado y de familias, me atrevo a expresar con rotundidad y lo hago en defensa de esos niños y jóvenes, sometidos a un estricto conductismo y a una inamovible propuesta educativa. 

Las necesidades que tiene un niño, en relación con el  neuroaprendizaje, en sus primeros años de vida, es muy difícil de precisar. En este periodo del desarrollo humano, la tarea fundamental del adulto, en su relación con el niño, es la observación consciente y amorosa hacia el mismo.

Sea cual sea el comportamiento de un niño en la etapa de infantil, lo que este no puede notar, de parte de los adultos que le acompañan, es falta de aceptación, de atención y de amor.

Los adultos, durante los primeros años de vida deben marcar límites claros e instrucciones precisas, que el niño entienda a la perfección, pero al mismo tiempo no deben olvidar que el niño, en este periodo de su vida necesita moverse, unos más que otros.

Si recordamos las sentencias de nuestros abuelos al hablar, recodaremos que una de ellas era “Cuando un niño está quieto, malo. Seguro que habrá que llamar al médico porque debe estar enfermo”.

Es muy probable que la forma de enseñar y de entender a los a los niños hace 60 años fuera bastante más acertada que la de ahora.

La crianza y atención al niño hace 60 años se limitaba a observar si comía y dormía bien, si se relacionaba con normalidad con los demás y después si aprendía lo que debía en la escuela.

Hoy la alarma salta en el momento que el rendimiento académico no es el adecuado y a veces pasamos por alto cómo duerme, cómo come, cómo se relaciona, cual su nivel de tristeza o ansiedad etc.

El niño en esta situación advierte que lo único que preocupa a los adultos es si aprueba o suspende, siente que lo importante son las notas y no él.

Esto hace que la ansiedad y el estrés lo invadan y desarrolle, en frecuentes ocasiones, muestras de hiperactividad de irritabilidad e incluso de rabia y de violencia.

Todo esto no ocurre en los entornos en los que los adultos aman y apoyan a los niños incondicionalmente, independiente de los resultados académicos. Pero esto no quiere decir que no haya niveles de exigencia y límites que propician un adecuado proceso de enseñanza y de aprendizaje.

La creación de este tipo de ambientes la propicia el adulto. En la escuela faltan profesionales con las herramientas y recursos necesarios para poder tratar al alumno de forma personalizada, adaptándose y sacando lo mejor de él en todo momento.

Existe cantidad de herramientas y tareas específicas para alumnos que apuntan a algún tipo de trastorno de aprendizaje, pero utilizadas sin la dosis de amor, de creatividad y de paciencia necesarios, resulta difícil por no decir inútil el tiempo empleado.

Es fundamental que el maestro, por el medio que sea, despierte el interés y la curiosidad en el alumno, para a continuación fijar la atención. El juego y los retos son fundamentales, como herramientas.

A este tipo de alumnado les motiva mucho los artefactos tecnológicos, los vídeo juegos etc. pero hay que ser cautos ya que, a pesar de ser útiles para captar la atención, son adictivos.

En resumen, si el problema de la hiperactividad es que el niño no se puede estar quieto, pero al mismo tiempo sabemos que el cerebro aprende si está en movimiento... ¿Qué hacemos con los alumnos hiperactivos sentados permanentemente en la clase? y por qué no decirlo también ¿qué hacemos con los neurotípicos con el cerebro aletargado en clase por falta de movimiento?

La respuesta está en la actitud del adulto. Si el adulto provoca curiosidad y sorpresa, marca los límites y consensúa las normas, puede dejar a los alumnos para que ellos  trabajen y hagan sus tareas de forma cooperativa, democrática y compartida, con total libertad de movimiento, de asociación, de servicio al grupo y en los plazos marcados. 

En el momento que profesores y familia tengan formación e información suficiente sobre un niño hiperactivo y cómo aprende el cerebro, la hiperactividad dejará de ser un problema en las aulas y  entenderán que no es que el niño no quiera permanecer quieto en el pupitre es que NO PUEDE y que el tratamiento ante la frustración y el sufrimiento es lo que habrá que tratar terapéuticamente, tanto en el niño como en la familia.

El problema de la movilidad en el aula se resuelve con el respeto hacia el alumno y educando a éste  en su respeto hacia los demás y hacia la armonía de la clase; con la ausencia de frustración y con todo el amor posible de sus padres, maestros y adultos hacia él.

Con la cantidad suficiente de este cóctel en el contexto escolar, el niño hiperactivo aprende, eso sí dejando que su cuerpo se mueva.

Y no olvidemos que, si los alumnos neurotípicos aprenden al tiempo que su cuerpo tiene total libertad de movimiento, van a aprender mucho más, ya que el rendimiento del cerebro está directamente relacionado con el movimiento.

Mª Dolores González Valverde


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